El concepto de “grieta”
se ha instalado desde hace meses desde el poder mediático como una
pseudocategoría que aparenta carácter filosófico. No es extraño
encontrar programas de Tv que todavía le dediquen minutos y minutos
de aire, y panelistas que parecen haber realizado posgrados en “la
grieta”. Ha tenido este concepto la misma suerte que la idea de
“Cambio”, es decir, lograron instalarlo con un particular sesgo:
deshacer la posibilidad de una continuidad política en nuestro país
y fundamentalmente generar consenso público sobre la necesidad de
poner patas arriba el camino andado hasta el momento. No solo en todo
lo que refiere a la distribución del ingreso sino en el estilo
político, las formas, la tradición reivindicada, todo lo que huela
a “nacional y popular”, todo lo que huela a “cabeza”, lo que
huela a “chori”. Y digo especialmente “huela” retomando
aquella idea de Rodolfo Kush, cuando hacía referencia al hedor,
enfrentada a la pulcritud.
Hay en esta oposición
hedor-pulcritud una intuición muy potente que puede ayudarnos hoy, y
que incluso, tiene que ver con la fe. Vale la pena una cita, aunque
extensa:
...el remedio natural del que se siente desplazado,
un remedio exterior que se concreta en el fácil mito de la
pulcritud, como primer síntoma de una negativa conexión con el
ambiente. (…) La verdad que tenemos miedo, el miedo de no saber
como llamar todo eso que nos acosa y que está afuera y que nos hace
sentir indefensos y atrapados. (…) Hay cierta satisfacción de
pensar que efectivamente estamos limpios y que las calles no lo están
(…) Y lo pensamos aunque sea gratuito porque, si no, perderíamos
la poca seguridad que tenemos, aunque sea una seguridad exterior,
manifestada con insolencia y agresión, hasta el punto de hablar de
hedor con el único afán de avergonzar a los otros, los que nos
miran con recelo. (R. Kusch; América Profunda, 1999)
Y continúa explicando
Kusch que esta relación es una “aversión irremediable”, que
aplicamos a todo lo americano enfrentados
a una pretendida identidad europeizada. Frente a los hedientos será
cuestión de “internarlos y limpiar la calle e implantar la
pulcritud”. La historia de América y de nuestro pueblo está
atravesada por esta oposición: la barbarie y lo civilizado; el
negro, el indio y el blanco; unitarios y federales; el inmigrante y
el criollo; pueblo y oligarquía; peronismo y antiperonismo.
En
una recorrida teológica del cristianismo vemos también como la
analogía de “la grieta” está legitimada y aceptada, utilizada
como algo posible y evidente, provocado por las mezquindades humanas.
En la famosa historia del rico llamado “Epulón y el pobre Lázaro”,
se le recuerda a aquél que en vida había recibido bienes que “entre
ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que
quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se
puede pasar de allí hasta aquí" (Lc. 16, 19-31). De igual
manera en el Evangelio de Lucas, Jesús advierte a sus discípulos
sobre los
fariseos: “Yo
he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya
estuviera ardiendo! (…) ¿Piensan
ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he
venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de
una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el
padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la
hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera
contra la suegra». (Lc. 12, 49-53) Están plagadas las sagradas
escrituras en la tradición hebrea, cristiana e islámica de este
tipo de confrontaciones. Otro claro ejemplo son los salmos llamados
imprecatorios que desean la muerte incluso al adversario. La
interpretación moderna ha espiritualizado la hermenéutica sobre
ellos, pero es imposible esconder el antagonismo que plantean.
Es
verdad que Jesús de Nazareth, murió por todos, pero vivió desde
los más pobres y corrió la suerte de los delincuentes. Murió como
morían los más despreciados. Es desde ahí que está planteada la
universalidad de su mensaje: que todos los hombres sean hermanos.
Tanto
en la filosofía (hay una amplísima producción en la tradición del
humanismo, o en el personalismo filosófico) como en las religiones
monoteístas, existe una intuición que tiende a la unidad del género
humano y de la búsqueda del encuentro con el otro. Aunque esa unidad
siempre parte de la no exclusión de nadie. Cuando hay un excluido,
no hay unidad posible.
Hay
que ser claros, en política no da lo mismo cualquier cosa. Uno
siempre se para desde un lugar, y es desde ese lugar donde mira el
mundo y apunta a un horizonte. De esta manera, debemos decir
“bienvenida la grieta”, “la grieta aclara”, “no da lo mismo
cualquier cosa”. Siempre hubo grieta porque siempre hemos podido
elegir dónde pararnos.
Mienten
aquellos que prometen unidad, porque no hay unidad posible planteada
sobre la base de la exclusión de algunos sectores sociales. O se
benefician unos, o se benefician otros. El modo único de bien-estar
social que se plantea, es posible sólo en el camino del crecimiento
humano, social y económico de los más humildes. Pero no para,
creciendo, convertirse a la lógica de los sectores de poder (develar
esta dinámica es tarea de la militancia social). De esta
transformación de mentalidad de oprimido en opresor tiene mucho que
ver la influencia de los medios masivos. No extraña entonces que
amplios sectores populares terminen avalando políticas que le serán
contrarias. Como escribía Paulo Freire “la gran tarea humanista e
histórica de los oprimidos: liberarse a sí mismos y liberar a los
opresores” de esta dinámica diabólica
de la deshumanización.
La
patria es el otro
Más
allá de las acepciones políticas, hubo en esta expresión de la ex
presidente una genial intuición y definición política. Aquél
sustrato unificador, aquella identidad común que reúne en un origen
y un destino colectivo, marcada por la pertenencia a la tierra de
nuestros padres y madres, a nuestros antecesores, a nuestra herencia,
tiene un carácter fundamental que es la vida plena del otro.
Especialmente el otro que sufre, el otro que es otro por lejanía
social, por diversidad cultural, sexual, económica, religiosa. La
Patria en este caso es una pertenencia inclusiva, una identidad que
integra.
Mauricio
Macri, llamativamente en su jura como presidente evitó decir la
fórmula que reza “desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo
de presidente de la nación” y reemplazó por “lealtad y
honestidad”. Esta omisión nos permitiría jugar con la idea de que
en la nueva administración pública existe, incluso semióticamente,
una ausencia del otro como conciencia libre y autónoma. Sin embargo,
el nuevo presidente sí rezó la parte de la fórmula que dice “que
Dios y la Patria me lo demanden”. Esto es, hay una comunidad
humana, que está junto a la figura trascendente de Dios, vigilante y
juzgadora. Vox
populi, vox Dei.
El Pueblo, la Patria, que como una multitud de otros diversos espera
que no se obre en contra de sus intereses.
El
Cardenal Poli en el Te
Deum
en la Catedral porteña, algo que fue poco advertido, dedicó sus
palabras a esta idea de Patria e incluso leyó una oda de Borges
sobre el tema, como recordando la trascendente importancia de su
omisión.
La
distinción nosotros/ellos es constitutiva de la política
No
existe posibilidad de vida democrática pretendiendo la unidad total
de los intereses. Esa “unidad” proclamada y deseada desde los
programas televisivos del prime-time
es la anulación de toda política democrática. La anulación de los
deseos del otro. Traducido significa la dominación total de los
intereses de algunos. Solo ahí será la desaparición del conflicto.
Es la paz de los cementerios. De algún modo, es la concepción de la
política liberal entendida como amigo/enemigo. Al enemigo se lo
destruye. Fue la oposición y su infantería mediática, sumado a no
pocos errores del gobierno saliente quién generó un ambiente de
antagonismo destructivo.
Sin
embargo, una concepción necesaria, como democracia raizal
requiere entenderla desde la dinámica nosotros/ellos que acepta unas
reglas de juego comunes y pugna por una nueva hegemonía de
intereses, pero no con la eliminación el otro sino con el
sometimiento adversarial dentro del marco de las reglas de juego
comunmente consensuadas (por ej. el sistema constitucional vigente).
A esto llama Chantal Mouffe un modelo agonista de lo político.
Entiende la posibilidad de “una grieta”, incluso como deseable y
necesaria, pero en la cual ninguno se caiga dentro. Esto quiere decir
entender al conflicto como constitutivo de la dinámica política. En
una democracia raizal al adversario se lo derrota legítimamente no
se busca su eliminación, sino más bien instalar una nueva
hegemonía.
Un
Papa con política y teología agonista
En
esta línea se encuentran las enseñanzas sociales del Papa
Francisco. En Evangelii
Gaudium (2013),
su primer exhortación apostólica, enuncia cuatro principios
cristianos para marchar en la construcción de un mundo con paz,
justicia y fraternidad. Allí aclara:
la
paz social no puede entenderse (...) como una mera ausencia de
violencia, lograda por la imposición de un sector sobre los otros.
También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para
justificar una organización social que silencie o tranquilice a los
más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores
beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras
los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales que
tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social
de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el
pretexto de construir un consenso de escritorio. La dignidad de la
persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad
de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. (EG, 218)
Es
así que, si bien Francisco nos exhorta a buscar la prevalencia de la
paz sobre el conflicto, reconoce que “el conflicto no puede ser
ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados
en él, perdemos perspectivas.” ¡Cuánto servirán estas palabras
para hacer un exámen de conciencia de nuestra militancia!
De
la misma manera utiliza la metáfora del poliedro (EG, 236) (en
contraposición a la esfera) para comprender de una manera inclusiva,
las diversidades existentes a nivel global y cómo estas deben
integrarse en las dinámica de una globalización de la solidaridad,
respetuosa de los intereses de las comunidades humanas y de la
Tierra. Esta visión entra en contradicción con la globalización
universal y unipolar que plantean los intereses del capitalismo
financiero liberal, condenado por inhumano e idólatra, por lo tanto
no cristiano.
No
casualmente, el Papa en sus primeros discursos compartía el deseo de
que sus pastores, (y por qué no el laicado) tuviera “olor a
oveja”. Ese olor (hedor) propio de lo popular, de la vida
cotidiana, del trabajador satisfecho por su trabajo y lucha diaria,
el olor del guiso solidario, de la fraternidad y no del
individualismo pulcro que solo piensa en cerrar la grieta que gede. Ahí debe estar, y desde ahí pensar y hacer política, quien pretenda la unidad, la paz y la fraternidad social, sobre la base de la justicia.
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